Quiero subirme,
a las ramas,
de un árbol añejo;
y hacer de mi vida,
con la suya una.
Quiero dejar mis anhelos,
y ver desde arriba,
cómo pasa el tiempo;
que mi piel, soporte,
los rigores del viento,
que sea inmutable,
ante lo venidero,
y que renueve sus bríos,
cuando pase el invierno.
Quiero sentir,
cuando se pose en mí,
un jilguero,
oír su dulce canto,
y su gorjeo;
el ruido de las hojas,
y su movimiento;
el temblor de los besos,
que se dan los enamorados,
en sus juegos traviesos.
Y así, dar muchas señales,
sin hacer aspaviento:
Sombra para el forastero,
albergar nidos divinos,
con sus pichonzuelos;
ofrecer flores,
que perfumen el campo bendito;
sentir la fresca brisa,
que lleva el refresco,
a las rojas mejillas,
de sendos labriegos.
De esta manera,
ser testigo de los deseos,
y de los sentimientos;
espectador de la vida,
de las estaciones,
y de los vientos;
inmutable y
comprender, que todo cambia y,
que todo tiene su tiempo.
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